DespiertaMente: Una visión de la salud mental sustentada en la ciencia y la tecnología

DespiertaMente: Nuestra visión

Lizeth Pedraza y Rodrigo Sierra

12/22/20225 min read

La evolución tecnológica es uno de nuestros grandes logros como especie. La Organización Mundial para la Salud (OMS) estimó que solo entre el 2000 y 2015 la esperanza de vida mundial aumentó cinco años. Aunque este incremento es multifactorial, un papel importante lo ha jugado el desarrollo de tratamientos médicos para enfermedades como la malaria, el VIH, así como el control de enfermedades crónicas como la diabetes e hipertensión.

Los problemas médicos que afectan el funcionamiento normal de nuestro cuerpo pueden ser diagnosticados con precisión gracias a una amplia batería de pruebas que van desde muestras de sangre, estudios de imágen como la resonancia magnética, hasta pruebas genéticas preventivas capaces de detectar intolerancias alimentarias y las posibles causas de problemas como el insomnio.

Este panorama nos lleva a deducir que la medicina ha alcanzado un alto nivel de precisión. Sin embargo, existe un punto oscuro en esta historia. Una serie de problemas médicos que se han resistido a la precisión tanto en el diagnóstico como en el tratamiento, nos referimos a la salud mental.

Para el 2019 la OMS estimó que una de cada ocho personas (970 millones de personas) en el mundo padecía un trastorno mental. Estas cifras incrementaron con la pandemia del COVID-19, donde el aislamiento social y la incertidumbre, fueron los ingredientes perfectos para un disparo en la incidencia de ansiedad y depresión.

En el caso de la depresión, diferentes estudios han mostrado que alrededor de un 50% de los pacientes tratados con medicamentos antidepresivos responden al tratamiento, pero solo entre el 12 a 18% pueden considerarse como recuperados. Sin embargo, no solo la remisión completa de un trastorno depresivo parece un reto, también lo es el control de los síntomas en aquellos pacientes que evolucionan a un cuadro crónico. La presencia de síntomas residuales o no deseados inducidos por el tratamiento, incrementan la probabilidad de deterioro psicosocial, familiar, económico y en general, una disminución en la calidad de vida de los pacientes.

Debemos entonces, preguntarnos, ¿que ha sucedido con la precisión en los tratamientos en salud mental? Han transcurrido más de 50 años desde la publicación de la hipótesis monoaminérgica de la depresión, así como del primer tratamiento farmacológico antidepresivo disponible. Sin embargo, en el transcurso de dicho tiempo, las tasas de remisión siguen siendo igual de bajas en contraste con el aumento creciente de la prescripción de estos medicamentos.

Como científicos, trabajando más de 10 años en investigación básica, en la búsqueda de marcadores neurobiológicos que puedan explicar los factores de riesgo, desarrollo y evolución de problemas en salud mental, creemos que la ausencia de “precisión” en psiquiatría, se debe a un profundo desconocimiento en la dinámica cerebral subyacente a estos cuadros clínicos.

Si bien, la ciencia en general y la neurociencia en particular, poseen gran cantidad de herramientas para el estudio del cerebro en condiciones normales y patológicas, aún nos encontramos distantes de tener un panorama realista sobre los procesos biológicos que sustentan la cognición y los estados afectivos.

Las respuestas innatas compartidas por un gran número de especies como son la reacción al estrés o comportamientos de defensa ante estímulos aversivos, nos han brindado un conocimiento maravilloso en lo que se refiere a la expresión básica de las emociones. Sin embargo, la expresión emocional humana está influenciada por una elaboración cognitiva, en algunos casos, única de nuestra especie, haciendo de las respuestas emocionales básicas un fenómeno aún más complejo. Continuando con el ejemplo de la depresión, entre los procesos que mantienen la enfermedad se encuentran la visión distorsionada de la persona sobre sí mismo, su entorno y su futuro (un modelo conocido como la Tríada cognitiva de Beck). Es un constante viaje mental al pasado y al futuro, doloroso, inmersivo y recurrente en el que muchas personas se sienten sin salida.

¿Y dónde está todo ese sufrimiento en el cerebro? ¿Cómo sucede? ¿Por qué sucede? Sabemos que debe ser allí donde surge, pero solo tenemos indicios y correlaciones. El método científico es causal, es decir, existe una relación de dependencia entre variables. Una no puede ocurrir sin la otra. Bajo condiciones experimentales estrictas, conocemos muchos fenómenos causales, incluso aquellos implicados en la expresión emocional. Esto se consigue principalmente en estudios que intentan modelar un fenómeno manipulando variables para establecer las causas y sus efectos. El problema radica en que algunos estudios han mostrado que una determinada región del cerebro aumenta o disminuye su actividad en pacientes, por ejemplo, diagnosticados con un trastorno bipolar, y esto no implica que dicha región sea la causa de los síntomas. Simplemente que puede estar implicada en el desarrollo de la sintomatología.

Entender la cognición se entrelaza con el famoso “problema difícil” popularizado por el filósofo David Chalmers en 1995 donde existe un abismo entre el sistema físico que genera la experiencia (el cerebro) y la forma en que produce fenómenos como la conciencia y los estados mentales. Para todo ellos tenemos múltiples evidencias correlacionales, y muy pocas causales.

Mientras ese abismo exista, nuestra aproximación a los tratamientos de precisión en salud mental será cautelosa, dado que intentamos manipular un sistema que produce estados mentales como los presentes en la depresión o la ansiedad, con una visión aún limitada de cómo se producen. El cerebro es un órgano dinámico, sistémico y complejo, por lo cual genera estados mentales con las mismas características.

Hasta este momento hemos mencionado principalmente los tratamientos farmacológicos, pero, ¿cual sería el caso para la psicoterapia? Desafortunadamente, las tasas de remisión son comparables al tratamiento farmacológico. Así como existen diversos tipos de antidepresivos, también existen diferentes tipos de psicoterapia, lo que ha hecho difícil un consenso sobre los tratamientos más efectivos.

En años recientes, con el desarrollo de la ciencia de datos e inteligencia artificial, nuevos estudios han permitido extraer patrones de actividad tanto por imágen cerebral como por electroencefalografía, que pueden predecir la respuesta a la psicoterapia. Este creciente interés por las bases neurobiológicas de la psicoterapia se perfila como uno de los campos de estudio de mayor crecimiento en años por venir. Asimismo, el uso de tecnologías y algoritmos predictivos por medio de “fenotipado digital” incursionan paulatinamente como herramientas de seguimiento y evaluación en salud mental. Un área donde las máquinas pueden revelar nuevas asociaciones hasta ahora pasadas por alto por la capacidad humana. Si bien, la incursión de este tipo de tecnologías no resuelve el problema sobre la causalidad (por lo menos no de momento), puede ofrecer nuevas formas de prevención, intervención y evitar posibles recaídas en salud mental.

Es posible observar que, si bien nos encontramos distantes de fijar la palabra “precisión” junto a “salud mental”, se están dando pasos firmes en dicha dirección. En DespiertaMente, hemos emprendido el camino de apoyarnos en la ciencia y la tecnología para el mejoramiento de la psicoterapia. Los problemas de salud mental están teniendo un efecto devastador. Grandes problemas requieren pasos determinados en busca de soluciones prácticas. Una aproximación multidisciplinar, de larga data defendida por la ciencia, debe empezar a incorporar áreas de conocimiento como ingenierías electrónica, biomédica, computacional, entre muchas otras, para traer bienestar psicológico a las personas.

Creemos que nuestra visión sobre la salud mental puede contribuir a un nuevo paradigma de prevención e intervención.

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